Incorporar rutinas en la vida de los niños es importante y beneficioso para su desarrollo y autonomía. Las rutinas pueden ser de diferente tipo (horarios, actividades como lavarse los dientes o hacer la cama, diferentes tareas de la casa...), y les aportan seguridad y tranquilidad a los niños.
Gracias a ellas saben qué se espera de ellos, cómo se organiza su día, qué va a ocurrir, etc., lo cual les ayuda a organizarse y a planificar sus cosas. Además, las rutinas también pueden favorecer la autorregulación de los niños.
Sin embargo, establecer rutinas en casa (o fuera de ella), con los niños, no siempre es fácil. Requiere paciencia, esfuerzo y mucha constancia. Y a veces, en esa incorporación de una o más rutinas, nos podemos equivocar. Repasamos los errores más frecuentes que podemos cometer al hacerlo y cómo darles la vuelta.
1. Ser demasiado rígidos
Aunque las rutinas requieran un mínimo de disciplina y constancia, lo cierto es que también requieren flexibilidad, es decir, que seamos capaces de adaptarnos a ellas. Por ello, ser demasiados rígidos a la hora de implementar y mantener estas rutinas puede ser un error.
Nos referimos por ejemplo a no ser capaces de adaptarnos a los cambios o a los imprevistos, o a no ser capaces de modificar algún elemento de esa rutina (por ejemplo la hora o el día, el tipo de actividad, la duración de la misma, etc.).
2. Meter prisa
Los niños tienen su propio ritmo y no es bueno meterles prisa para que cumplan lo que esperamos de ellos. Además, aprender requiere tiempo, y enseñar una rutina también. Los hábitos requieren paciencia y calma para que puedan instaurarse adecuadamente.
Por ello, no metas prisa a tus hijos; respeta sus tiempos y muéstrate disponible en caso de que sientan que los cambios les están afectando de alguna manera, o que no se sienten preparados para asumirlos ahora (o no de esta forma), etc.
3. Sobreexigir
Sobreexigir a los niños es otro error que cometemos a la hora de implementar rutinas en casa. Igual que en el caso anterior, no podemos pedirles todo el primer día, y debemos estar atentos a cómo se sienten con estas nuevas rutinas.
Por ello, en lugar de (sobre)exigirles, pidámosles la opinión, observemos cómo están, preguntémosle cómo se sienten y negociemos con ellos estas nuevas rutinas.
4. No ser constantes
Igual que decimos que no debemos ser excesivamente rígidos y disciplinados a la hora de implementar rutinas, tampoco debemos irnos al extremo contrario.
Sobre todo en el tema de los hábitos, debemos ser constantes, porque al principio cuesta de "arrancar", exigen esfuerzo y compromiso, sobre todo las primeras semanas (con el tiempo, ya van manteniéndose sin menos esfuerzo, porque se convierten en automatismos).
5. Dejarles procrastinar
Procrastinar es aquella costumbre de "dejarlo todo para después", es decir, postergar tareas que no se terminan llevando a cabo, pero que siguen siendo importantes. Cuando empezamos a implementar hábitos, al requerir mayor esfuerzo, es normal que procrastinemos (y los niños, también).
Y debemos ser flexibles con ello, evitar sentirnos culpables (o que se sientan culpables los niños), pero también, ponerle remedio a la situación. Si no somos constantes a la hora de seguir estos hábitos o actividades, y lo dejamos todo para otro día, será imposible instaurar estas nuevas rutinas.
Hay un pequeño truco que nos puede ayudar (y a los niños) a dejar de procrastinar (en las cosas más simples); se trata de aplicar "La ley de los dos minutos". Básicamente, implica lo siguiente: si ves que hay algo que puede resolverse en dos minutos (por ejemplo, hacer la cama), hazlo ya.
No esperes a hacerlo en otro momento. Y así con todas aquellas pequeñas tareas que exijan solo dos minutos de tiempo (con los niños funciona igual, siempre adaptándonos a cada caso).
6. Imponer en lugar de enseñar
Cuando imponemos las cosas a los niños, es fácil que se sientan presionados o incluso, que se reboten. Porque así viven las cosas como una orden, como una obligación, cuando esto no tiene por qué ser así.
Es importante cambiar esas imposiciones por enseñanzas, ya que no es lo mismo explicar, instruir, etc., que imponer. Por ello debemos cuidar nuestra comunicación con ellos a la hora de enseñarles estas nuevas rutinas, y hacer un esfuerzo para que ésta sea clara y respetuosa.
Y sobre todo, es importante que, siempre que podamos, las enseñanzas se acompañen de ejemplos, y que podamos enseñarles de forma práctica cómo se hace aquello que les estamos enseñando (en definitiva, ser sus modelos).
7. No explicarles el sentido de esas rutinas
Muchas veces asumimos que los niños ya saben el por qué de muchas cosas que hacemos con ellos (o que les pedimos que hagan), cuando esto no es siempre así.
Por ello es importante explicar el por qué de esa nueva rutina en su vida. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué la ponemos en práctica ahora y no hace dos años? Además, entender ese sentido les puede ayudar a aprenderlas mejor (recuerda que el aprendizaje significativo se aprende mejor).
Y por otro lado, el saber por qué es útil esa determinada rutina les puede motivar a la hora de seguir haciéndola (por ejemplo, lavarse los dientes porque así tendrán una boca sana, o ir a dormir pronto para poder descansar mejor y tener más energía para ir al cole, etc.).
8. No resolver sus dudas o no ser claros
También puede ser un error no resolver las posibles dudas que tengan los niños a la hora de empezar con esas rutinas. Por eso es importante ser claros con ellos a la hora de determinar:
- El tipo de actividad o tarea que queremos incorporar.
- La periodicidad/temporalidad.
- El horario.
- La función.
- Con quién se realizará; ¿solos? ¿En compañía de un adulto?
Y sobre todo, estar abiertos a resolver sus posibles dudas. Preguntarles, después de la explicación, ¿lo has entendido bien? ¿Tienes alguna duda? ¿Me lo puedes explicar ahora a tu manera?, etc.
9. Restarles autonomía o darles todo hecho
Finalmente, otro error que solemos cometer a la hora de implementar rutinas en la vida de los niños es querer dárselo todo hecho desde el principio, restándoles así, la capacidad para desarrollar su propia autonomía.
Pero, para poder aprender bien estas rutinas, es imprescindible que los niños se impliquen, tomen parte en su proceso. Es decir, que se involucren en él; por ejemplo, en lugar de recordarles cada día que a X hora tienen que hacer X cosa, ¿por qué no les animamos a hacerse un horario donde especifiquen lo que tienen que hacer? Así no nos "necesitarán" para esto en concreto.
Eso no quita que no estemos a su lado para resolver sus dudas o darles soporte, pero hemos de intentar darles ese margen de acción para que puedan desarrollar esa independencia a la hora de planificarse y organizarse.
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